jueves, 1 de octubre de 2009

La semana más tonta del año

Queda un día para que concluya la primera semana del curso, la más tonta de todas desde que ya no se comienza oficialmente la primera semana de octubre, sino la última de septiembre.

Si ya era poco probable que los estudiantes abandonaran el decúbito supino vacacional y se encaminaran hacia la facultad a primeros de octubre, imaginaos a finales de septiembre: las aulas tienden a no estar tan llenas como podrían; los profesores que no han podido justificar su ausencia andan algo reacios a explicar lo que tendrán que repetir la semana que viene; los estudiantes, mohínos porque podrían haber disfrutado un par de días más de la gozosa abstinencia académica. Y se avecinan tiempos aún peores: calendarios a la boloñesa.

Mi problema consiste en que me cuesta echar a los estudiantes para sus casas cuando detecto que no han acudido a clase tantos como deberían haberlo hecho. Como, por otra parte, no me gusta repetirlas, algunas de las cosas que se dicen estos días en clase jamás llegan a ser conocidas por amplias mayorías de virtuales interesados. No me refiero ya a los programas, que se autoexplican en gran parte, sino al par de normas que favorecen el mecanismo de las sesiones presenciales y que, como son convencionales, conviene nombrar y aun explicar:

-Puntualidad. Mis clases comienzan a la hora oficial y diez minutos pero no más tarde; y me gusta que acaben -por supuesto, dentro de su horario- cuando yo lo indico, no cuando el estruendo del plegar de carpetas y portátiles a medida que se acerca la hora impide su continuación.

-Silencio. Silencio cuando no se esté hablando para toda la asamblea. En algunas aulas de la facultad (sobre todo en la 14, nuestro espacio más gótico) se da un curiosísimo fenómeno: al tiempo que apenas se oyen los parlamentos de los participantes que se dirigen al común, los cuchicheos de quienes comentan en las últimas filas cuánto mejor no hubiera sido prolongar las vacaciones se perciben desde la tarima con una claridad meridiana (meridiana y algo terrorífica también, porque la acústica de ese lugar no es de este mundo).

Puntualidad y silencio, dos virtudes algo monacales que no sé hasta qué punto tienen cabida en nuestra modernísima FTI. ¡Señor, Señor, qué manera de comenzar, qué fama acabará creándome este blog!

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