martes, 11 de septiembre de 2012

Emilio

Dos semanas he estado de viaje, sin internet y casi sin teléfono, y cuando vuelvo me encuentro con la tristísima noticia de la muerte de Emilio José García Wiedemann.

¡Perra vida y perra muerte!

Sabíamos que su enfermedad era prácticamente incurable y que la evolución era mala, pero... ¡es que el enfermo no era un cualquiera! Emilio era pura energía, no descuidaba sus actividades ni sus proyectos y siempre se había significado por estar contra toda autoridad —excepto, en ocasiones, la suya propia, como es natural—; Emilio no se casaba con nadie y, desde la esperanza, resultaba lógico pensar que también podía darle un plantón a la parca. Yo hacía mucho tiempo que no le veía (creo que desde su última mudanza) y nunca llegué a tomarme con él ese postrer café para el que nunca acabábamos de quedar en firme.

Emilio, ingenioso, agudo, sentencioso a veces, mordaz y buena gente, anarquista, era uno de los poquísimos amigos que tenía en la Universidad de Granada. Y su ausencia es muy dolorosa.

Que la tierra te sea leve, compañero.