viernes, 23 de mayo de 2014

La adaptación cultural en el doblaje: el doblaje de la trilogía de Austin Powers

Comedias tontas… Todo un género que nos acompañó en la adolescencia y aún nos acompaña en los días en que no nos sentimos demasiado intelectuales. Bromas tontas, a menudo obscenas (ya sabéis, esa risa tonta interna que nos entra al escuchar «pene»), actores secundarios con muletillas pegadizas, y diálogos que memorizamos con facilidad.

¿Qué influencia tiene la traducción de estas comedias en su recepción? ¿Qué hace que nos olvidemos de que estamos viendo una película rodada en otro idioma? ¿Qué asegura, en gran medida, el éxito de este tipo de comedias?

En nuestro proyecto redoblaremos una escena de la primera película de Austin Powers, cuyo doblaje original, demasiado extranjerizado, obstaculizó su éxito en taquilla, y analizaremos una escena de la segunda película y otra de la tercera, prestando especial atención al doblaje de elementos culturales y a la subordinación a la imagen.

Si queréis descubrir la magia del doblaje en los chistes tontos (o como traducir «pene» para que haga gracia), no podéis faltar a nuestra cita el 2 de junio a las 18:10 horas en el aula 18 de la Facultad de Traducción e Interpretación de la UGR. Sabemos que hace calor, pero las risas están aseguradas.

Clara García Díaz y Lucía Nieves García, traducción multimedia inglés-español [exposición del 02/06/2014]

1 comentario:

Carlos J. Guerrero Ramos dijo...

El efecto hilarante de la palabra «poya» —sí, mejor con i griega— en determinadas situaciones comunicativas es cosa contrastada, incluso en Granada, ciudad en la que es rara la frase pronunciada por nativo o nativa en la que no aparezca el término de marras. Este fenómeno tampoco es desconocido en el ámbito un poco apartado del mundo de nuestra alma máter, en la que la «poya» se usa con profusión en las aulas para que sus propiedades eutrapélicas descongestionen los cerebros de los estudiantes, constipados a ratos por el exceso de teoría. Haced la prueba: inusitado sería que la mención de la palabra «poya» en clase —mientras más fuera de lugar, mejor— no provocara risas. Muchos honorabilísimos profesores echan mano de este delicado recurso y yo mismo, como antiguo alumno y enseñante en ejercicio, puedo dar fe de que el método no ha perdido un ápice de su eficacia desde el inicio de mi andadura en la Casa el milenio pasado. En cuanto a la eficacia para mover a risa de la palabra «pene», poca cosa puedo aportar: pocas veces la he oído. Y nunca la he dicho.